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viernes, 5 de abril de 2013

El Discurso del Metodo - Descartes (Resumen y Síntesis)

















RESUMEN DE “EL DISCURSO DEL MÉTODO”
-Descartes-


Alejandro Márquez




 PRIMERA PARTE

CONSIDERACIONES QUE ATAÑEN A LAS CIENCIAS

                El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada uno piensa estar tan bien provisto de él que aún aquellos que son más difíciles de contentar en todo lo demás, no acostumbran a desear más del que tienen.
                …la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino solamente de que conducimos nuestros pensamientos por distintas vías y no consideramos las mismas cosas.

                Así, pues, mi propósito no es enseñar aquí el método que cada cual debe seguir para conducir bien su corazón, sino solamente mostrar de qué manera he tratado yo de conducir el mío. Los que se meten a dar preceptos deben estimarse más hábiles que aquellos a quienes los dan, y si cometen la más pequeña falta se hacen por ella censurables.

Fui alimentado en las letras desde mi infancia, y, como me aseguraban que por medio de ellas se podía obtener un conocimiento claro y seguro de todo lo que es útil para la vida, tenía un deseo extremado de aprenderlas. Pero, tan pronto como hube acabado el ciclo de estudios a cuyo término se acostumbra a ser recibido en el rango de los doctos, cambié enteramente de opinión, pues me encontraba embarazado de tantas dudas y errores que me parecía no haber obtenido otro provecho, al tratar de instruirme, que el de haber descubierto más y más mi ignorancia.

                No dejaba, empero, de estimar los ejercicios que se practican en las escuelas. Sabía que las lenguas que en ellas se aprenden son necesarias para el entendimiento de los libros antiguos; que la ingeniosidad de las fábulas estimula el espíritu; que las acciones memorables de la historia lo elevan, y, leídas con discreción, ayudan a fomentar el juicio…etc.

                Estimaba mucho la elocuencia y estaba prendado de la poesía, pero pensaba que una y otra eran dones del espíritu más bien que frutos del estudio.
Me complacían, sobre todo, las matemáticas, a causa de la certeza y evidencia de sus razones…

                Por lo que respecta a las otras ciencias, por cuanto toman sus principios de la filosofía, juzgaba que no se podría haber edificado nada sólido sobre cimientos tan poco firmes… y lo que yo deseaba siempre extremadamente era aprender a distinguir lo verdadero de lo falso, para ver claro en mis acciones y caminar co seguridad en la vida.

                Pero, después de haber empleado algunos años en estudiar de esta manera en el libro del mundo y en tratar de adquirir alguna experiencia, un día tomé la resolución de estudiar también en mi mismo y de emplear todas las fuerzas de mi espíritu en elegir el camino que debía seguir, lo que conseguí, según creo, mucho mejor que si no me hubiese alejado nunca de mi país y de mis libros.

SÍNTESIS.

Describe cómo luego de terminar sus estudios, descubre que tiene más dudas que certezas, aunque valora las ciencias que se enseñan en la escuela, no logra, por medio de ellas separar lo verdadero de lo falso de modo de descubrir un método que le permita caminar con seguridad por la vida. Decide alejarse de su país y de sus libros para estudiarse a sí mismo y descubrir esas verdades.
  

SEGUNDA PARTE

PRINCIPALES REGLAS DEL MÉTODO

                Estaba yo entonces[1] en Alemania… disponiendo de un completo vagar para entregarme a mis pensamientos. Y uno de los primeros, entre ellos, fue el ponerme a considerar que frecuentemente no hay tanta perfección en las obras compuestas por varias piezas y hechas por la mano de diversos maestros como en las que han sido trabajadas por uno solo.
                Así, se ve que los edificios planeados y terminados por un mismo arquitecto son casi siempre más bellos y mejor ordenados que los que han intentado recomponer varios, aprovechando para ello viejos muros que habían sido construidos para otros fines.
                Y de la misma manera, pensaba que las ciencias de los libros, al menos aquellas cuyas razones no son más que probables y que carecen de demostraciones, habiendo sido compuestas y acrecentadas poco a poco con opiniones de varias personas diferentes, no se aproximan tanto a la verdad como los simples razonamientos que un hombre solo puede hacer naturalmente acerca de las cosas que se le ofrezcan.
                Verdad es que no vemos derribar todas las casas de una ciudad con el único fin de reconstruirlas de otra manera para hacer más bellas las calles; pero sí es frecuente que algunos derriben las suyas para reedificarlas, viéndose, a veces, incluso, obligados a ello, cuando están en peligro de caerse por sí mismas y cuando sus cimientos no son muy firmes. A ejemplo de lo cual me persuadí de que no sería en verdad sensato que un particular se propusiera reformar un Estado cambiándolo todo en él, desde los fundamentos y derrocándolo para volverlo a edificar; ni tan siquiera que intentase reformar el cuerpo de las ciencias o el orden establecido en las escuelas para enseñarlo; pero, en lo que atañe a las opiniones que había yo admitido en mi creencia, pensé que no podía hacer cosa mejor que intentar por una vez suprimirlas todas, a fin de colocar en su lugar, bien otras mejores, o bien las mismas, una vez ajustadas al nivel de la razón. Y creí firmemente que, por este medio, lograría conducir mi vida mucho mejor que si no edificaba más que sobre viejos cimientos y no me apoyaba más que en los principios que me había dejado inculcar en mi juventud, sin haber examinado nunca si eran verdaderos.
                Mi propósito no se extendió nunca más allá del intento de reformar mis propios pensamientos y de edificar en un terreno enteramente mío.

                El mundo está compuesto casi exclusivamente de dos clases de ingenios, a los que no conviene en modo alguno, a saber: de los que creyéndose más hábiles de lo que son, no pueden evitar el precipitar sus juicios, ni tienen bastante paciencia para conducir ordenadamente todos sus pensamientos y los que, poseyendo bastante razón o modestia para comprender que son menos capaces de distinguir lo verdadero de lo falso que otros, por los cuales pueden ser instruidos, deben conformarse con seguir las opiniones de estos otros, más bien que buscarlas mejor por si mismos.
                Por lo que a mi toca, hubiera sido sin duda del número de estos últimos, si no hubiese tenido nunca más que un solo maestro o no hubiese conocido las diferencias que en todo tiempo existieron entre las opiniones de los más doctos.

                En lugar del gran número de preceptos de que la lógica está compuesta, creí yo que tendría bastante con los cuatro siguientes,
                Era el primero, no aceptar nunca cosa como verdadera que no la conociese evidentemente como tal.
                El segundo, dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuera posible y como se requiriese para su mejor resolución.
                El tercero conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos mas simples y fáciles de conocer para ascender poco a poco,  como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo, incluso, un orden entre los que no se preceden naturalmente.
                Y el último, hacer en todas partes enumeraciones tan completas y revistas tan generales que estuviese seguro de no omitir nada.

                Esas largas cadenas de razones tan simples y fáciles de que los geómetras acostumbran a servirse para llegar a sus más difíciles demostraciones, me habían dado ocasión de imaginarme que todas las cosas que pueden caer bajo el conocimiento de los hombres se siguen unas a otras de la misma manera, y que solo con abstenerse de recibir como verdadero ninguna que no lo sea, y con guardar siempre el orden que menester para deducirlas unas de otras, no puede haber ninguna tan alejada que finalmente no se alcance, ni tan oculta que no se descubra. No me costó mucho trabajo buscar por cuales era necesario comenzar, pues sabía ya que era por las más simples y fáciles de conocer.

                …Lo que más me contentaba de este método era que con él estaba seguro de usar mi razón en todo, si no perfectamente, al menos lo mejor que estuviese en mi poder.
…Habiendo advertido que los principios de todas las ciencias debían ser tomados de la filosofía, en la que no encontraba todavía ninguno seguro, pensé que, ante todo, era menester que tratase de establecerlos en ella… creí que no debía intentar llevarla acabo hasta que no hubiese alcanzado una edad mucho más madura que la de veintitrés años que entonces tenía.

SÍNTESIS.

Decide examinar los principios que le habían sido inculcados en su juventud para así descartar los falsos redefiniéndolos y mantener los verdaderos.
Crea para esto el método basado en cuatro preceptos.
1. No aceptar nunca cosa como verdadera que no la conociese evidentemente como tal.
2. Dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuera posible y como se requiriese para su mejor resolución.
3. Conducir ordenadamente los pensamientos, comenzando por los objetos mas simples y fáciles de conocer para ascender poco a poco, hasta el conocimiento de los más complejos.
4. Hacer en todas partes enumeraciones tan completas y revistas tan generales que estuviese seguro de no omitir nada.



TERCERA PARTE

ALGUNAS REGLAS DE MORAL SACADAS DEL MÉTODO.

                …para no permanecer irresoluto en mis acciones mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios, y para no dejar de vivir en adelante lo más acertadamente que pudiese, me formé una moral provisional, que no consistía más que en tres o cuatro máximas, de las que quiero dar cuenta.

                La primera, era obedecer a las leyes y costumbres de mi país, conservando la religión en la que Dios me hizo la gracia de ser instruido desde mi infancia, y gobernándome en cualquier otra cosa de acuerdo a las opiniones más moderadas y alejadas del exceso que fuesen comúnmente practicadas por los hombres más prudentes entre aquellos con quienes tuviese que vivir; pues, comenzando ya a no tener en cuenta para nada las mías, puesto que quería volver a someterlas  a todas a examen…

                Mi segunda máxima consistía en ser lo más firme y resuelto que pudiese en mis acciones, y no seguir con menos constancia las opiniones más dudosas, una vez que me hubiese determinado a ello, que si hubiesen sido muy seguras…
Esto tuvo la virtud de liberarme desde entonces de todos los arrepentimientos y remordimientos que suelen agitar las conciencias de esos espíritus débiles y vacilantes que se dejan llevar inconstantemente a practicar como buenas las cosas que luego juzgan malas.

                Mi tercera máxima consistía en tratar de vencerme siempre a mí mismo antes que a la fortuna, en procurar cambiar mis deseos antes que el orden del mundo, y, en general, en acostumbrarme a creer que no hay nada que esté enteramente en nuestro poder más que nuestros propios pensamientos; de modo que, después de haber puesto a contribución todo nuestro esfuerzo, con respecto a las cosas exteriores, lo que aún falte para el logro de nuestro propósito ha de considerarse, por lo que a nosotros toca, como absolutamente imposible… y creo que es en esto, principalmente, en lo que consiste el secreto de aquellos filósofos que, en otro tiempo, pudieron sustraerse al imperio de la Fortuna y a pesar de los dolores y de la pobreza, rivalizar con sus dioses en las posesión de la felicidad… se persuadían tan perfectamente de que nada estaba en su poder más que sus propios pensamientos, que esto solo les bastaba para impedirles tener afección alguna por las demás cosas; y disponían de ellos tan absolutamente, que tenían alguna razón para estimarse más ricos y poderosos, más libres y felices, que ninguno de los demás hombres.

                Por último, como conclusión de esta moral, me propuse pasar revista a las diversas ocupaciones que los hombres tienen en esta vida, para tratar de elegir la mejor, y sin que quiera decir nada de las de los demás, pensé que no podía hacer nada mejor que continuar en la que me encontraba, o sea, en dedicar mi vida entera a cultivar mi razón y a progresar todo lo que pudiese en el conocimiento de la verdad, siguiendo el método que me había prescripto.

                En los nueve años siguientes[2]  no hice otra cosa que rodar de acá para allá por el mundo, tratando de ser espectador más bien que actor en todas las comedias que en él se representaban…     



SÍNTESIS.

Conforma una moral provisoria para moverse en el mundo en el tiempo que le tome analizar sus propias ideas compuesta de tres máximas:
  1. Obedecer las leyes y costumbres de su país, conduciéndose en el resto de las cosas por las opiniones más moderadas.
  2. Ser lo más firme y resuelto que pudiese en las acciones, y no seguir con menos constancia las opiniones más dudosas.
  3. Tratar de vencerse siempre a sí mismo antes que a la fortuna.

 CUARTA PARTE

PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS Y DEL ALMA HUMANA O FUNDAMENTOS DE LA METAFÍSICA

                Las primeras meditaciones que hice, son tan metafísicas y poco comunes, que no serán quizá del gusto de todo el mundo.

                …debía rechazar como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la más pequeña duda, para ver si después de esto quedaba algo en mis creencias que fuera enteramente indubitable. Así, fundándome en que los sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no había cosa alguna que fuese tal y como ellos nos la hacen imaginar. Me resolví a fingir que nada de lo que entonces había entrado en mi mente era más verdadero que las ilusiones de mis sueños. Pero inmediatamente después caí en cuenta de que, mientras de esta manera intentaba pensar que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo; y advirtiendo que esta verdad: pienso, luego existo, era tan firme y segura… pensé que podía aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que andaba buscando.

                …Conocí por esto que yo era una sustancia cuya completa esencia o naturaleza consiste solo en pensar, y que para existir no tiene necesidad de ningún lugar ni dependencia de ninguna cosa material; de modo que este yo, es decir, el alma, por la que soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, y hasta más fácil de conocer que él, y aunque él no existiese, ella no dejaría de ser todo lo que es.

                A continuación, reflexionando en este hecho de que yo dudaba, y en que, por consiguiente, mi ser no era enteramente perfecto, puesto que veía claramente más perfección en conocer que en dudar, quise indagar de dónde había aprendido yo a pensar en algo más perfecto que yo mismo, y conocí con evidencia que tenía que ser de alguna naturaleza que, en efecto, fuese más perfecta. Tenerla de la nada (…la idea de un ser más perfecto que el mío…) era manifiestamente imposible. De modo que no quedaba sino que hubiese sido puesta en mi por una naturaleza verdaderamente más perfecta que yo, e incluso que reuniese en sí todas las perfecciones de que yo pudiese tener alguna idea; es decir, para explicarme en una sola palabra, que fuese Dios.

                …con respecto a todas las cosas cuya idea encontraba en mí, estaba seguro de que ninguna de las que implicaban imperfección pertenecía a Dios; y, en cambio, estaban en él todas las demás; así, veía que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no podían estar en él, puesto que yo mismo, me hubiese considerado mejor viéndome libre de ellas.

                Empero, el que haya muchos que consideren difícil conocerlo, y hasta conocer lo que es su alma, se debe a que nunca elevan su espíritu por encima de las cosas sensibles, y a que están de tal manera acostumbrados a no pensar nada sino imaginándolo, que todo lo que no es imaginable les parece que no es inteligible.

                En fin, si todavía hay hombres que no estén bastante persuadidos de la existencia de Dios y del alma por las razones que he expuesto, quiero que sepan que todas las demás cosas de que se creen quizá más seguros, como de tener un cuerpo, y de que hay astros y una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas; pues, aunque  de estas cosas se tenga una seguridad moral, tal que parezca no poderse dudar de ellas….mientas se duerme, puede uno imaginarse de la misma manera que tiene otro cuerpo y que ve otros astros y otra tierra, sin que haya nada de ello. Pues ¿de dónde se sabe que los pensamientos que sobrevienen en el sueño son más falsos que los demás, siendo así que con frecuencia no son menos vivos y expresos?



SÍNTESIS.

En este capítulo Descartes comienza por dudar de todos los datos entregados por los sentidos y de todos los datos grabados en su memoria. Mientras piensa esto comprende que él mismo que es quien está pensando todo esto, necesariamente debe ser algo. Llega así a su primera máxima: “pienso, luego existo”.

Este pensar es la naturaleza misma del alma humana y es de una naturaleza absolutamente distinta a la del cuerpo y existiría aunque el cuerpo no existiera.

Continúa su razonamiento al darse cuenta que en este pensar duda y que debió haber aprendido a pensar en algo más perfecto que él mismo o sea Dios.



 QUINTA PARTE

ORDEN DE CUESTIONES EN FÍSICA


                Mucho me agradaría continuar mostrando aquí la cadena completa de las demás verdades que de estas primeras deduje, pero como para eso necesitaría hablar ahora de varias cuestiones que están en discusión entre los doctos, con los que no deseo malquistarme, creo que será mejor que me abstenga de ello y que diga solamente en término generales cuáles fueron aquellas…

                …advertí ciertas leyes que Dios ha establecido de tal manera en la Naturaleza, y de las cuales imprimió en nuestra alma tales nociones, que después de haber reflexionado sobre ellas suficientemente no podríamos dudar de que se cumplan con exactitud en todo lo que hay o acontece en el mundo.
Después, considerando la consecuencia de estas leyes, me parece haber descubierto varias verdades más útiles e importantes que todo lo que anteriormente había aprendido o incluso esperado aprender. Pero como las principales he intentado explicarlas en un tratado[3] que ciertas consideraciones me impiden publicar, creo que la mejor manera de darlas a conocer será decir aquí sumariamente lo que ese tratado contiene.

                Me propuse comprender en él todo lo que yo creía saber. Asimismo, para sombrear un poco todas estas cosas y poder decir más libremente lo que pensaba de ellas, sin verme obligado a refutar o a seguir las opiniones recibidas entre los doctos, decidí abandonar a sus disputas todo este mundo real y hablar solamente de lo que ocurriría en uno nuevo, si Dios crease ahora en algún lugar de los espacios imaginarios materia bastante para componerlo, y agitase de diferentes modos y sin orden las diversas partes de esa materia, de suerte que formase con ella un caos tan confuso como puedan fingirlo los poetas. Hice ver a demás, cuales eran las leyes de la Naturaleza… Después de esto mostré cómo, a consecuencia de estas leyes, la mayor parte de la materia de aquel caos debía disponerse y ordenarse  de una manera que la hiciese semejante a nuestros cielos, y cómo algunas de sus partes  debían componer una tierra; otras planetas y cometas y otras un sol y estrellas fijas.

                Agregué también algunas cosas referentes a la sustancia, situación, movimientos y demás cualidades de estos cielos y astros, de tal forma que pensaba decir de ellos lo bastante para hacer conocer que no se observa nada en este mundo que no debiese parecer semejante en lo que se mostraba en los del mundo que yo describía.
También, entre otras cosas, por no conocer yo nada en el mundo que produjese luz más que el fuego, me apliqué a hacer comprender claramente todo lo que pertenece a su naturaleza: cómo se forma, cómo se alimenta, cómo a veces no tiene más que calor sin luz y otras  luz sin calor; cómo puede consumirlo casi todo y convertirlo en cenizas y en humo; cómo, en fin, de estas cenizas, por la simple violencia de su acción, forma el vidrio (pues, pareciéndome esta transmutación de las cenizas en vidrio admirable como ninguna otra en la naturaleza, tuve un placer especial en describirla).

                No quería yo, sin embargo, inferir de todas estas cosas que el mundo haya sido creado de la manera que yo proponía, pues es mucho más verosímil que Dios lo hiciese desde un principio tal y como debe ser.

De la descripción de los cuerpos inanimados y de las plantas pasé a la de los animales, y en particular a la de los hombres[4]. Pero como no tenía todavía bastantes conocimientos para hablar de estas cosas en el miso estilo que de las demás, es decir, demostrando sus efectos por sus causas y haciendo ver de qué semillas y por qué medios debe producirlas la Naturaleza, me contenté con suponer que Dios había formado el cuerpo de un hombre enteramente semejante a uno de los nuestros, y que no había puesto en él al principio ningún alma racional, ni tampoco cosa alguna que pudiera servirle de alma vegetativa o sensitiva, sino que había excitado en su corazón uno de esos fuegos sin luz que antes había explicado.

                El movimiento que acabo de explicar (el de la circulación de la sangre) [5] se sigue de la disposición misma de los órganos que a simple vista puede observarse en el corazón, del calor que puede percibirse en él, incluso al tacto y de la naturaleza de la sangre.

                Todas estas cosas las había explicado yo en el tratado que, como dije, tenía intención de publicar. Mostraba en el a continuación cómo debe ser la fabrica de los nervios y de los músculos del cuerpo humano para permitir que los espíritus humanos tengan fuerza para mover sus miembros desde dentro de aquellos; que cambios deben producirse en el cerebro para producir la vigilia, el sueño y los ensueños; como la luz, los sonidos, los olores, los sabores, el calor, y las demás cualidades de los objetos exteriores, pueden imprimir en él diversas ideas por mediación de los sentidos,  dónde estas ideas son recibidas, la memoria que las conserva, etc.

                Después de esto, había descrito yo el alma razonable y hecho ver que no puede ser sacada en modo alguno de la potencia de la materia, como las otras cosas de que había hablado, sino que debe ser expresamente creada.

                 No hay nada que aleje tanto a los espíritus débiles del recto camino de la virtud como el imaginar que el alma de las bestias es de la misma naturaleza que la nuestra y que por consiguiente, nada tenemos que temer ni que esperar después de esta vida, exactamente como las moscas y las hormigas; en cambio, cuando se sabe cuan grandes son sus diferencias, se comprenden mucho mejor las razones que prueban que la nuestra es de una naturaleza enteramente diferente del cuerpo, y que, consecuentemente, no está sujeta a morir con él; además, al no ver otras causas que puedan destruirla, se siente uno naturalmente inclinado a juzgar por ello que es inmortal. 

SÍNTESIS

Hay ciertas leyes establecidas por Dios en la Naturaleza e impresas en el alma humana de tal modo que no podrían dejar de cumplirse en todo lo que existe.

Todo lo que se sigue de estas leyes lo escribe en un Tratado que no publica para no tener problemas con la creencia aceptada de la época (la Iglesia Católica había quemado a Galileo Galilei pocos años antes)
En el Tratado explica, que si en un mundo imaginario Dios dispusiese la materia del modo más desordenado y se aplicaran las mismas leyes se terminarían formando los cielos y la tierra y planetas y cometas, etc.
Explica también, en el tratado, el funcionamiento de los cuerpos animado e inanimados, de las plantas, de los animales y, finalmente, de los cuerpos de los hombres.
En este capítulo del Método, solo se dedica a enumerar estas cuestiones sin profundizar en ellas.



SEXTA PARTE

COSAS REQUERIDAS PARA PROSEGUIR EN LA INVESTIGACIÓN DE LA NATURALEZA

                Tan pronto como estuve en posesión de algunas nociones generales referentes a la física y, al comenzar a experimentarlas en diversas dificultades particulares, advertí hasta dónde podían conducir y cuan diferentes eran de los principios que hasta ahora habían servido en esta clase de estudios, creí que no podía mantenerlas ocultas sin pecar grandemente contra la ley que nos obliga a procurar el bien general de todos los hombres en cuanto esté en nuestro poder; porque ellas me aseguraron de que es posible llegar a conocimientos muy útiles para la vida, y que, en lugar de esa filosofía especulativa que se enseña en las escuelas, puede encontrarse una práctica, por la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de los demás cuerpos que nos rodean, tan distintamente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, podríamos emplearlos de manera semejante en todos los usos para los que son apropiados, y convertirnos así en dueños y señores de la Naturaleza.

                …teniendo el propósito de emplear toda mi vida en la investigación de una ciencia tan necesaria, y habiendo encontrado un camino que, a mi parecer, conduce infaliblemente a ella si se le sigue, a no ser que lo impidan la brevedad de la vida o lo defectuoso de la experiencia que es menester realizar, juzgué que no había mejor remedio contra estos dos impedimentos que comunicar fielmente al público lo poco que yo hubiese encontrado, e invitar a los claros ingenios a tratar de seguir adelante, contribuyendo, cada uno según su inclinación o su poder, a las experiencias que hubiera necesidad de hacer, y comunicando también al público todo lo que descubriesen, a fin de que, comenzando los últimos donde los precedentes hubieran terminado, y uniendo así las vidas y los trabajos de muchos, avanzásemos todos juntos mucho más de lo que cada uno en particular podría hacerlo.

                …primeramente, traté de encontrar en general los principios o primeras causas de todo lo que hay o puede haber en el mundo, sin considerar para este efecto ninguna otra cosa que a Dios solo, que lo ha creado, ni sacarlo de otra parte que de ciertas semillas de verdades que existen naturalmente en nuestras almas. Después de esto examiné cuáles eran los primero y más ordinarios efectos que podían deducirse de estas causas… Después, repasando mentalmente todos los objetos que alguna vez se hubiesen presentado a mis sentidos, me atrevo a decir que no encontré cosa alguna que no pudiese explicar bastante cómodamente con los principios que había adoptado.

                …En cuanto a la utilidad que los demás recibirían de mis pensamientos, no podría ser muy grande, puesto que todavía no los he llevado tan adelante que no sea menester agregar a ellos muchas cosas antes de aplicarlos al uso. Y creo poder decir, sin vanidad, que si hay alguien que sea capaz de ello, debo ser yo más bien que otro cualquiera.
               
                Aunque he explicado frecuentemente algunas de mis opiniones a personas de muy claro entendimiento, y aunque mientras les hablaba parecían entenderlas muy distintamente, sin embargo, cuando las repetían, casi siempre observaba que las cambiaban de tal manera que ya no podía reconocerlas como mías… No me sorprenden en manera alguna las extravagancias que se atribuyen a todos estos antiguos filósofos cuyos escritos no poseemos, ni juzgo por ello que sus pensamientos hayan sido muy irrazonables, puesto que figuraban entre los talentos más esclarecidos de su tiempo, sino que pienso solamente que se nos han transmitido falseados. Así, vemos también que casi nunca han sido superados por ninguno de sus seguidores… no contentos con saber todo lo que en sus autores está inteligiblemente explicado, quieren encontrar en él además la solución de muchas dificultades de las que no dice nada y en las que quizá no pensó jamás.

                …Si hay en el mundo alguna obra que no pueda ser tan bien acabada por nadie como por el mismo que la comenzó, es esta en la que yo trabajo.

                …Todas estas consideraciones unidas fueron la causa, hace tres años, de que no quisiera divulgar el tratado que tenía entre manos[6]. Pero, después, tuve dos nuevas razones que me obligaron a incluir aquí algunos ensayos particulares y a dar al público algunas cuentas de mis acciones y propósitos

                Pensé, pues, que me sería fácil escoger algunas materias que, sin estar muy  sujetas a controversia, ni obligarme a declarar acerca de mis principios más de lo que deseo, no dejasen de hacer ver bastante claramente lo que puedo o lo que no puedo en las ciencias.


SÍNTESIS

Al aplicar el método al conocimiento del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de los demás cuerpos que nos rodean podríamos emplearlos en todos los usos para los que son apropiados, y convertirnos así en dueños y señores de la Naturaleza.

Primero analiza las causas de todos los fenómenos que nos rodean (que aunque no las explica en el Discurso del Método, comenta que están contenidas en un Tratado no publicado), luego examina los efectos que pueden deducirse de estas causas.

Explica posteriormente las causas por las cuales decide no publicar el Tratado del cual incluye en este libro algunas consideraciones sin llegar a chocar con las ideas establecidas en la época.



 SÍNTESIS DEL LIBRO

Luego de finalizar sus estudios académicos Descartes se da cuenta que tiene más dudas que certezas.
Decide, entonces, analizar todos sus conocimientos, conservando los correctos y descartando los falsos. Para esto elabora un método que consta de las siguientes cuatro reglas:
1. No aceptar nunca cosa como verdadera que no la conociese evidentemente como tal.
2. Dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuera posible y     como se requiriese para su mejor resolución.
3. Conducir ordenadamente los pensamientos, comenzando por los objetos mas simples y fáciles de conocer para ascender poco a poco, hasta el conocimiento de los más complejos.
4. Hacer en todas partes enumeraciones tan completas y revistas tan generales que estuviese seguro de no omitir nada.

Mientras se ocupa de este trabajo se elabora una moral provisional para moverse en el mundo, que está compuesta a su vez por tres máximas:
  1. Obedecer las leyes y costumbres de su país, conduciéndose en el resto de las cosas por las opiniones más moderadas.
  2. Ser lo más firme y resuelto que pudiese en las acciones, y no seguir con menos constancia las opiniones más dudosas.
  3. Tratar de vencerse siempre a sí mismo antes que a la fortuna.

En el Capítulo Cuarto explica su primer descubrimiento. Al comenzar a dudar de todos los datos entregados tanto por los sentidos como por la memoria.
Mientras en su pensamiento va dudando de todos los conceptos que le habían sido inculcados se da cuenta que, él mismo que está dudando debe ser algo y enuncia “pienso, luego existo”. La naturaleza misma del alma humana es este pensar que, existiría aunque el cuerpo no existiera, esto lo lleva a la conclusión de la existencia indubitable del alma.
Luego, explica, que en su pensar hay, sin embargo, duda y que él puede pensar en algo más perfecto que él mismo que sería la certeza absoluta y como este pensamiento no puede surgir de algo imperfecto debe, por lo tanto, provenir de algo más perfecto que el alma humana, es decir, Dios.
Afirma así, en este capitulo, la existencia del alma humana y de Dios.

Posteriormente explica que existen leyes impresas por Dios en el alma humana y en todo lo que existe, que no pueden dejar de cumplirse y que, si en un mundo imaginario, Dios dispusiese la materia del modo más desordenado, por el solo hecho de cumplirse estas leyes se terminarían formando los planetas, los cielos, los cometas, etc. tal cual como los conocemos.

Finalmente, en el último capítulo, afirma que si se aplicaran los conocimientos, que él ha descubierto en su trabajo, al estudio de la naturaleza, el hombre se convertiría en amo y señor de ésta.
Todos los conocimientos que dice obtener, están apenas esbozados en “El Discurso del Método”  y están contenidos en profundidad en “El Traité du Monde ou la Lumiére (1634)”, (donde entre otras cosas reconoce el movimiento de la Tierra) que no publica ya que generaría la oposición de la Iglesia Católica que, recordemos, había quemado a Galileo Galilei en 1633.


[1] Invierno de 1619  a 1620
[2] 1620- 1629
[3] El Traité du Monde ou la Lumiére (1634), donde admite el movimiento de la Tierra. En 1633 fue condenado Galileo
[4] En los Tratiés de l´homme et de la formation du foetus.

[5] Nota: hace una extensa descripción de la conformación del corazón, aurículas, ventrículos, venas y arterias y de la circulación de la sangre.
[6] Diplomática” y “De los Meteoros”

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