TEORIA Y PRAXIS
Emmanuel Kant
INTRODUCCIÓN
Se llama
teoría a un conjunto de reglas, incluso de las prácticas, cuando estas reglas,
como principios, son pensadas con cierta universalidad y, además, cuando son
abstraídas del gran número de condiciones que sin embargo influyen
necesariamente en su aplicación.
En
cambio, no se llama práctica a cualquier manejo, sino sólo a esa efectuación de
un fin que es pensada como cumplimiento de ciertos principios de procedimiento
representados en general.
Entre la
teoría y la práctica (debe haber) un miembro intermediario que haga el enlace y
el pasaje de la una a la otra; pues al concepto del entendimiento que contiene
la regla se tiene que añadir un acto de la facultad de juzgar por el que el
práctico diferencie si el caso cae o no bajo la regla.
Es
posible que la teoría sea incompleta y que sólo se complete mediante ensayos y
experiencias todavía por hacer.
Sin
embargo es más tolerable ver que un ignorante considera que en su presunta
práctica la teoría es inútil y superflua, que ver que lo que es plausible en la
teoría no tiene validez alguna para la práctica.
En el
presente tratado sólo hablamos de esta especie de teoría (fundada sobre el
concepto de deber).
Divido
este tratado según los tres diversos puntos de vista desde los que suele
evaluar su objeto el hombre de bien que resuelve tan atrevidamente acerca de
teorías y sistemas; entonces según una triple cualidad: 1) como hombre privado,
pero sin embargo hombre práctico, 2) como hombre político, 3) como
hombre de mundo. Ahora bien, estas tres personas están de acuerdo en arremeter
contra el hombre de escuela.
Presentaremos
entonces la relación de la teoría con la práctica en tres partes: primeramente
en la moral en general (con respecto al bien de cada hombre), en segundo
lugar en la política (relativamente al bien de los Estados), en tercer
lugar desde el punto de vista cosmopolita (con respecto al bien del género
humano en su totalidad).
DE LA RELACIÓN DE LA TEORÍA CON LA PRÁCTICA EN LA MORAL EN GENERAL
(En
respuesta a algunas objeciones del señor profesor Garve)*.
De un
modo provisional, y en tanto introducción, he definido la moral como una
ciencia que enseña no cómo debemos ser felices, sino cómo debemos ser dignos de
la felicidad.
Tiene que
hacer entera abstracción de esa consideración cuando sobreviene la orden
del deber. Y esto se logra en la medida en que se representa el deber ligado
más bien con los sacrificios que cuesta su observación (la virtud) que con las
ventajas que nos reporta.
Ese
concepto de deber no necesita poner como fundamento fin particular alguno, sino
que más bien suscita otro fin para la voluntad humana, a saber: el de
contribuir con todo su poder al bien supremo posible en el mundo. En ese
ideal de la razón pura ese concepto obtiene un objeto.* ( no todo fin es
moral (por ejemplo, no lo es el de la propia felicidad), sino que este fin
tiene que ser desinteresado; y la exigencia de un fin final propuesto por la
razón pura y que abarca al conjunto de todos los fines bajo un principio (un mundo
como el bien supremo posible también mediante nuestra colaboración) es una
exigencia de la voluntad desinteresada que se extiende más allá de la
observación de la ley formal hasta la producción de un objeto (el bien
supremo).)
La
voluntad ha de tener motivos; pero estos no son ciertos objetos
referidos al sentimiento físico, propuestos como fines, sino nada más
que la ley incondicionada misma; y la disposición de la voluntad a encontrarse
bajo la ley, como coacción incondicionada, se llama sentimiento moral;
el cual no es entonces causa sino efecto de la determinación de la voluntad, y
del cual no tendríamos en nosotros la menor percepción si esa coacción no lo
precediera.
Llego
ahora al punto que nos concierne, propiamente aquí, a saber: establecer y probar
mediante ejemplos el presunto interés contradictorio entre la teoría y la
práctica en filosofía.
La mejor
prueba de ello la da el señor Garve en su mencionado Tratado. Dice primeramente
(al hablar de la diferencia que yo encuentro entre una doctrina que nos enseña cómo llegar a ser felices
y la que nos enseña cómo llegar a ser dignos de la felicidad):
“Confieso por mi parte que comprendo muy bien esa división de las ideas en mi cabeza,
pero que no encuentro en mi corazón esa división de los deseos y de los
esfuerzos; incluso no comprendo cómo un hombre puede tener conciencia de haber
apartado absolutamente su anhelo de felicidad y de haber ejercido así el deber
de modo totalmente desinteresado". (Cita Garve)
Respondo
primeramente al último punto: concedo de buena gana que ningún hombre puede
tener conciencia con certeza de haber ejercido su deber de modo
totalmente desinteresado, pues esto pertenece a la experiencia interna, y para
tener conciencia del estado de la propia alma habría que tener una representación
perfectamente clara de todas las representaciones accesorias y de todas las
consideraciones que la imaginación, el hábito y la inclinación asocian al
concepto de deber. Pero que un hombre debe ejercer su deber de manera
completamente desinteresada y que tiene que separar totalmente su anhelo
de felicidad del concepto de deber, para tenerlo así totalmente puro: de esto
es muy claramente consciente. Por tanto a la máxima de tender a aquella pureza:
de esto es capaz; y esto es también suficiente para su observación del deber.
En cambio, hacerse una máxima de favorecer el influjo de tales motivos, con el
pretexto de que la naturaleza humana no permite semejante pureza (lo que sin
embargo el hombre no puede afirmar con certeza) es la muerte de toda moralidad.
En lo que
se refiere ahora a la breve confesión precedente del señor Garve de no
encontrar en su corazón aquella división (propiamente: separación), no
tengo escrúpulo alguno en contradecirlo resueltamente en su autoacusación y en
defender a su corazón contra su cabeza.
Por
tanto, que estas diferencias (que, como se acaba de mostrarlo, no son tan
sutiles como lo pretende el señor Garve, sino que están inscritas en el alma
del hombre con los trazos más gruesos y legibles) se pierdan
totalmente, como él dice, cuando se trata de la acción: he aquí lo
que está contradicho por la experiencia de cada uno. No, por cierto, la
experiencia que presenta a la historia de las máximas extraídas de tal o
cual principio, pues esa historia prueba, desgraciadamente, que la mayoría de
esas máximas provienen del egoísmo; sino la experiencia, que sólo puede ser
interna, de que ninguna idea eleva más al ánimo humano y lo activa hasta la
exaltación, que justamente la de una pura disposición moral que venera el deber
sobre todas las cosas, lucha con los innumerables males de la vida e incluso
con sus más seductoras tentaciones y sin embargo triunfa sobre ellos (como con
derecho admitimos que el hombre es capaz de ello). Que el hombre es consciente
de que él puede esto porque él lo debe: esto revela en él un fondo de
disposiciones divinas que le hacen experimentar una especie de escalofrío
sagrado ante la grandeza y sublimidad de su verdadera destinación. Y si el
hombre atendiera a ello con más frecuencia, si se lo acostumbrara a despojar
enteramente a la virtud de toda la riqueza de su botín de ventajas procuradas
por la observación del deber, y a representársela en su total pureza; si el uso
constante de ella se volviera un principio en la enseñanza privada y pública
(un método de inculcar deberes que casi siempre ha sido desdeñado), la
moralidad de los hombres pronto tendría que mejorar.
Muy otra
cosa ocurre con la idea de deber, cuya transgresión, incluso sin considerar las
desventajas que resultan de ello, actúa inmediatamente sobre el ánimo y vuelve
al hombre condenable y punible ante sus propios ojos.
Hay aquí
entonces una clara prueba de que todo lo que en la moral es correcto para la
teoría también tiene que valer para la práctica.
En su
cualidad de hombre, en tanto ser sometido a ciertos deberes por su propia
razón, cada uno es entonces un hombre práctico.
Síntesis Introducción:
Distingue
entre teoría y práctica, siendo la teoría una regla universal siempre valida en
la práctica, aunque pueda ser en algunos
casos completada por medio de la experiencia.
Relaciona
la teoría con la práctica desde tres puntos de vista:
- la moral ,en el bien del hombre practico
- la política, en el bien de los
Estados
- el hombre del mundo, el bien
del género humano en su totalidad
Síntesis de la relación de la Teoría con la Practica en la Moral :
El
hombre, en su condición de hombre práctico se encuentra sometido por la razón,
la cual ejerce una coacción y le demanda un deber: que es en el sentido más
puro y desinteresado, la contribución con el bien supremo. Si bien, no afirma
la certeza de que esto se haya logrado, asevera que el hombre es capaz de
correr su propia felicidad para poder ser digno
de la felicidad, lo que traería favorables consecuencias para la mejora no
solo del estado de ánimo de quien lo pone en práctica sino también de la
moralidad en general.
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